La niebla comenzaba a disiparse lentamente, dejando que la luz de la luna entrara a pedazos entre los árboles. Cada paso resonaba con un eco extraño, como si el bosque estuviera demasiado silencioso para ser natural. No podía ignorar la sensación de que el aire se apretaba a nuestro alrededor, siguiéndonos como una presencia invisible.
Ashen lideraba la marcha, su silueta recortada contra la oscuridad, cada músculo tenso, cada movimiento calculado. Dorian iba detrás de él, y por primera vez desde que lo recuperé, su respiración sonaba más pesada, no por cansancio, sino por carga emocional. Yo caminaba al final, observándolos en silencio.
Habíamos estado avanzando durante horas hasta que el paisaje comenzó a cambiar. Entre raíces retorcidas y rocas cubiertas de musgo, apareció la entrada de una cueva estrecha, casi oculta por los arbustos. Un refugio improvisado, pero suficiente para darnos respiro.
Ashen fue el primero en entrar, asegurándose de que no hubiera peligro dentro. Cuando no