Capítulo 2
Juan seguía atento al celular, cuando la voz frágil de Ana volvió a filtrarse:

—Juan, ¿tu esposa también está atrapada? Sálvala primero… Yo… yo aguantaré…

La cara de Juan se arrugó todavía más. Sin siquiera mirarme, preguntó en dónde estaba.

—Estoy en el supermercado del centro, todo está tan oscuro, creo que mi mano está aplastada... Juan, ¡me duele tanto! —Ana rompió en llanto—. Juan, ¿voy a morir aquí? Tengo tanto miedo. No quiero dejarte tan pronto...

Al escuchar esa desgarradora confesión, a Juan se le quebró la voz:

—¡No digas eso! ¡Voy por ti!

Dicho esto, me abandonó por completo y decidió llevar al equipo a rescatar a Ana.

—¡Jefe! ¿Y qué hacemos con la señora? —preguntó Manuel, deteniéndose, preocupado por mí—. ¡Su estado es crítico! Si hay réplicas, y con el bebé...

—Alicia Soto. Estás en un sector seguro. Aguardar no te matará. —dijo, interrumpiéndolo con frialdad, mientras me lanzaba una mirada despectiva—. Sabes que Ana tiene claustrofobia. ¡Usas tu embarazo para matarla! ¿Eres médica y no entiendes lo que es perder una mano? ¡Eres una bruja desalmada!

Cada palabra me lastimó, pero mi corazón, al igual que mi mano herida, ya se había entumecido.

Lo miré con calma, sin protestar. Las dolorosas experiencias de mi vida pasada me habían mostrado la verdadera naturaleza de aquel hombre, al que había amado por más de diez años.

Nunca me quiso. Y, si lo hizo, había sido fugazmente.

Para él, nuestro hijo y yo jamás seríamos tan importantes como esa mujer inalcanzable que atesoraba en lo más profundo de su corazón.

Ante esto, ya no albergaba expectativa alguna. Por lo que en esta vida haría exactamente lo que él deseaba: no competiría, no molestaría.

Manuel seguía insistiendo en rescatarme primero.

—Manuel, ¿qué esperas? —La voz de Juan destilaba impaciencia—. Los recursos son limitados. Además, Ana está más cerca del epicentro. ¡Su situación es prioritaria!

Le pedí a Manuel que no se preocupara por mí y que se fuera con Juan.

Luego, miré directamente a Juan, cuya expresión ahora mostraba desconcierto, y le dije con serenidad:

—Vete. Si logro sobrevivir... nos divorciaremos.

Al pronunciar esas palabras, sentí como si un gran peso se hubiera quitado de mis hombros.

Juan solo tomó mi declaración como un chantaje, alejándose con desdén.

Mi mano aún móvil acarició mi vientre apenas abultado. Mientras observaba su figura apresurarse en la distancia, una lágrima rodó por mi mejilla.

«Perdón, mi bebé», pensé.

Yo sabía que pronto habría réplicas, y ya sentía un calor húmedo entre mis piernas.

Mi hijo... probablemente no sobreviviría.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP