—¡Y mi tía es ginecóloga! —continuó la chica tímida, ahora con voz firme—. Le hizo un aborto a Ana. ¡Reconoció su carné estudiantil! Pueden verificar los registros del hospital.
El salón estalló en murmullos. El rostro de Juan se volvió más oscuro que una noche sin luna.
Nunca imaginó Juan que su amor hubiera tenido tantos secretos ocultos.
Cerraba las manos tan fuerte que temblaba, negándose a aceptar la verdad.
Ni yo misma creí que su amor por Ana sobreviviría a esto.
—Aunque fueras inocente de lo demás —me señaló Juan con dedo acusador—, ¿y lo de emborracharme para quedar embarazada? ¿También lo puedes negar?
Antes de que yo pudiera responder, la madre de Juan se interpuso como un escudo:
—¡Fui yo quien la envió a ese bar! ¡Yo fui quien cerró con llave su habitación! Si quieres odiar a alguien, ódiame a mí, ¡soy la vieja entrometida!
La conmoción en los ojos de Juan fue palpable.
Su madre continuó:
—¿Acaso has olvidado quién es realmente Alicia? ¿Cuánto tiempo más seguirás cegado p