Capítulo 7
Entre lágrimas, intenté recoger aquellos puñados de ceniza, pero se escurrían entre mis dedos como fina arena.

Eran los únicos restos que me quedaban de mi bebé. Los había pedido con mi último aliento antes de perder el conocimiento, cuando los médicos ya no pudieron salvarlo. Lo había llevado cerca de mi corazón durante todos estos días. ¡Pero ahora habían sido destruidos por su padre!

—¿Qué... qué es esto? —preguntó Juan, su voz repentinamente frágil.

Alcé la vista para clavarle una mirada cargada de todo mi dolor:

—¿No me creías? Ahora has esparcido sus cenizas. ¿Sigues pensando que miento?

Juan retrocedió como si le hubieran golpeado el pecho.

Pero casi de inmediato, se recompuso.

Enderezó la espalda con arrogancia:

—¿Y qué si perdiste al bebé? ¡Es el karma por tus maldades! —escupió—. Tú, que lideraste el acoso contra Ana, arruinaste su oportunidad de lograr la beca, y casi destruyes sus manos... ¡Mereces todo este sufrimiento!

Una risa amarga brotó de mis labios.

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