Los primeros rayos de sol entraron por la ventana del apartamento de Clara, tiñendo la sala con un resplandor suave. Ella abrió los ojos lentamente, aún recostada contra el pecho de Mateo. Por un instante se quedó quieta, escuchando el latido firme de su corazón bajo la tela de la camisa.
Era un sonido que la tranquilizaba, como si todo el caos de los días anteriores se deshiciera en ese ritmo constante.
Mateo se movió un poco y la miró con una sonrisa somnolienta.
—Buenos días… —susurró con voz ronca, la voz de alguien que aún se despierta.
Clara sonrió, sintiendo un calor dulce en el pecho.
—Buenos días.
Hubo un silencio cómodo. Clara se incorporó lentamente, y al hacerlo, se dio cuenta de que aún llevaba la blusa desabrochada de la noche anterior. Sus mejillas se tiñeron de rojo al notar la mirada de Mateo, pero él solo se limitó a reír suavemente.
—Tranquila, no tienes que disculparte —dijo, acomodándose en el sofá.
Ella, riendo también, se llevó las manos al rostr