Ajustaron suero, revisaron vías y calibraron bombas de infusión. El internista parloteó con un tono profesional que trataba de poner luz en la emoción: había control, medidas, una ruta clínica clara. Cada indicación era un paso para sostener a la mujer que ahora respiraba de nuevo, a la madre del niño que latía en su vientre.
—Mantendremos vigilancia neurológica estrecha —dijo el internista—. Electroencefalograma en la mañana y luego cada 24 horas según evolución. Balance hídrico estricto, glucemia horaria y soporte nutricional parenteral hasta que podamos progresar a vía enteral.
Mateo asintió obediente aunque su pensamiento volaba dividido: la voz de su padre en el auricular, el recuerdo del rencor que lo había marcado, y ahora la mano cálida de Clara entre las suyas. Por un instante se sintió tan pequeño que tembló. Zulema, aún con lágrimas secas en la cara, lo miró como quien ofrece un ancla:
—Hijo, ella debe recuperar fuerzas. No la muevas ni un paso hasta que los médicos d