El aire en la habitación se volvió denso cuando Oscar terminó de recitar las palabras del antiguo libro. Oriana sintió cómo la energía vibraba a su alrededor, como si el espacio mismo estuviera distorsionándose. Una brisa helada le recorrió la piel, dejándole un escalofrío profundo que no era causado por el frío, sino por la certeza de lo que estaba a punto de ocurrir.
Gabriel, de pie junto a ella, la sostuvo con fuerza. Sus ojos oscuros estaban encendidos de preocupación y algo más: desesperación.
—No tienes que hacerlo —susurró con la mandíbula tensa—. No sabemos lo que te espera.
Oriana inspiró hondo, aferrándose a la calidez de su tacto.
—Pero tengo que hacerlo.
Gabriel negó con la cabeza, con los labios apretados, pero antes de que pudiera insistir, una fuerza invisible la arrancó de sus brazos.
El mundo se desmoronó a su alrededor.
El vórtice de sombras la succionó, girando con una intensidad que le robó el aliento. Todo se oscureció por un momento… y luego, el golpe de la reali