Ethan respiró hondo.
O al menos intentó.
El aire que ahora llenaba sus pulmones ya no era el mismo. No tenía aroma, ni calor, ni siquiera textura. Era como si hubiera cruzado un umbral invisible y su cuerpo estuviera hecho de algo distinto.
Frente a él, el altar había dejado de vibrar. Las sombras que antes lo rodeaban con hambre ahora lo seguían en silencio, obedientes. Casi… reverentes.
Era el nuevo elegido.
El nuevo heraldo.
A su alrededor, el paisaje había cambiado. El bosque en el que se encontraba parecía dormido, congelado en el tiempo. Ningún pájaro cantaba. Ningún insecto se movía. Las hojas estaban suspendidas a medio caer.
El mundo había exhalado… y se había quedado en silencio.
Ethan alzó la mano, y al hacerlo, una oleada de energía oscura le recorrió el brazo. Era tangible. Viscosa. Viva.
Y él no sabía si era dueño de ella… o si era ella la que lo poseía.
Recordó a Oriana.
Recordó su rostro.
La luz que siempre irradiaba, incluso cuando todo se volvía gris.
—¿Qué dir