92. Guerra
El aire denso y espeso se estaba colando por mi cuerpo cuando abrí la puerta. La luz había abandonado la ciudad poco a poco. El atardecer ya se estaba tornando en oscuridad como si supiera lo que vendría. Jonathan estaba ahí, plantado como una estatua, con una mirada que sabía cómo volver a cualquier persona pequeña. Solo con su presencia sentía que mi cuerpo se había paralizado.
—Tenemos que hablar —volvió a repetir, soltó con esa voz cargada de veneno.
Él significaba solo problemas. Sentí el impulso de cerrar de golpe y esconderme en los confines del universo. Me quedé en el marco, un pie dentro petrificada, como si él se hubiese vuelto Medusa; con un pie afuera para pelear y adentro para proteger a mi hijo.
—Mami, ¿quién es? ¿Es mi papi? —La voz infantil de Edward llegó desde la sala.
Jonathan, al escuchar la voz, intentó asomarse para ver, pero respondí metiendo más mi cuerpo para bloquear su visión completamente.
—Todo bien, amor —respondí con una calma fingida—. Ve a tu habita