101. Para siempre
El aire entre nosotros, los adultos, se había congelado, espeso como un cristal que podía quebrarse con el más mínimo roce. Nadie respiraba con normalidad. El silencio nos envolvía como una sábana pesada y opresiva. Brian miraba a Milagros con una cautela extrema, como si cada movimiento suyo fuera decisivo, la sensación de que un simple gesto mal calculado bastara para hacerla huir. Era esa misma sensación inquietante de observar a un animalillo acorralado, vulnerable, al que no deseas espantar porque temes perderlo para siempre.
Christine intentó retroceder, dar un paso atrás para escapar de aquella tensión, pero Brian, con un gesto apenas perceptible, no se lo permitió.
—Por favor… no lo hagas —pronunció apenas, con un hilo de voz quebradizo.
—Brian, déjame ir —respondió ella, sus ojos temblaban al igual que sus manos.
—Christine, te lo ruego… déjame hablarte —susurró él, con insistencia, clavando sus ojos en los de ella. Los de Christine, en cambio, se desviaban lentamente, buscand