8. El averno se cocina poco a poco
El silencio es irrevocable en toda la extensión de la palabra. La presencia de Gladys, luego de anoche, cuando por segunda vez creyó que era un espejismo, es un golpe duro en el corazón frío y despiadado de Juan Pablo quien se levanta por la sorpresa y se lleva casi las mismas miradas que sus familiares. Pero nada se compara con la presencia de Gladys luego de todos estos años.
—Hilberto —pronuncia Silvestre, el primo de Juan Pablo—. ¿Era ella la abogada de la que me hablabas?
—Buenos días. Y sí, señor Silvestre, ella era a quien ocurrí desde el primer día —son las palabras del hombre que acompaña a Gladys, de pie y tan tensa como lo están los demás—. Pero sí podemos dejarlo para otor-
—¡No! ¡En realidad no! —Silvestre se pone de pie, arreglándose el blazer—. Si me disculpan, podemos hablar en otra oficina. Familia, si me disculpan ustedes. Primo —se dirige a Juan Pablo—, tendré que dejar la reunión. Síganme, por aquí.
Juan Pablo necesita exactamente un minuto desde que Gladys se marc