CAPÍTULO 44
DANIELA
Estoy en la cochera, sentada en una silla mecedora. El humo del cigarro sube en espirales, dibujando figuras que desaparecen antes de poder entenderlas. Me apoyo en el respaldo, intentando que el aire se lleve mi tensión.
De repente, veo su mano golpear mi cigarro y hacerlo caer al suelo justo cuando lo llevo a mi boca.
—¿Qué te pasa? —le pregunto, clavándole la mirada, con rabia.
—¿Crees que te ves bien fumando? —me responde, la voz cargada de preocupación—. Te hace daño… por tu corazón.
Reviro los ojos con fastidio.
—¡Ay, ya déjame en paz! —digo, levantándome de un salto. Camino hacia la puerta y la empujo para entrar en la casa, dejando atrás el humo y su sermón.
Estoy sentada al borde de la cama, estoy que me lleva la fregada. ¿Quién se cree? No es nadie para hablarme así ni para tirarme el cigarro.
Suelto un largo suspiro.
Cuando estoy por salir, aparece frente a mí. Volteo los ojos fastidiada.
—¿Ahora qué?
—Danielita, ¿Desde cuándo fumas?
—Que te importa—res