Capítulo 68: Una noche diferente.
Él la miró. No con duda. No con suavidad. La miró con un fuego que parecía consumirlo. Sus pasos fueron lentos, deliberados, medidos. Cada movimiento era una declaración. Elena sintió cómo su propio pulso se aceleraba, no por miedo, sino por algo más antiguo, visceral, profundo: la espera hecha carne.
El mundo parecía desvanecerse en un eco de sus respiraciones. Elena, con los labios entreabiertos, dejó que su mirada lo retara, como si llevara años esperando esa hora. No huyó. No tembló. No negó lo que él significaba.
—Elena… —su voz era un murmullo grave, una orden velada. Su tono atravesó la sala, estremeciendo cada sombra—. No sabes cuánto he esperado esto. Dime que quieres esto, porque no puedo contenerme más.
Ella no respondió con palabras. Su silencio fue una provocación. Un reto. Un juramento. Fue entonces que Alexander avanzó un paso más y dejó que su mano descansara sobre la mesa, cerca de ella. El contacto no fue casual; era posesión. Una amenaza convertida en deseo.
Elena i