Capítulo 66: La Gala.
El timbre sonó como una campana que llamaba a la guerra. Elena bajó las escaleras de su piso con la lentitud decidida de quien sabe el efecto que provoca. Abrió, y él estaba allí; Alexander, entero, cortado a la medida de su traje oscuro, la camisa blanca impecable y la corbata anudada con una precisión que hacía que todo en él pareciera inevitable. Sus ojos, profundos y voraces, la miraron como ella había soñado tantas noches; con esa mezcla de deseo, de reconocimiento, de hambre sereno.
Casi perdió el aliento. Él también lo notó, porque por un instante su fachada se rompió. Elena vibró al verlo; su vestido entallado, que marcaba la curva de su cintura y el descenso suave sobre su cadera, la convertía en algo punzante y evidentemente frágil. Alexander no habló; simplemente extendió un ramo de rosas rojas. Ella lo aceptó, la fragancia le subió al pecho y por un segundo la calma fue imposible.
—Estás... —murmuró él, incapaz de completar la frase—. Eres asombrosamente hermosa.
Su voz er