Capítulo 54: La Subasta.
El bullicio en la mansión se sentía distinto esa noche. El aire estaba impregnado de un perfume pesado y barato, casi sofocante, mezclado con el murmullo de voces masculinas y la música de fondo que sonaba con una cadencia artificial.
En una habitación lateral, apartada del gran salón, las chicas fueron alineadas como muñecas de porcelana. Las mujeres mayores, aquellas que las habían “adiestrado” con modales y falsos refinamientos, ahora las empujaban frente a espejos, las pintaban con maquillaje espeso y las vestían con prendas que parecían más disfraces que ropa.
Vestidos cortos, escotes pronunciados, telas ajustadas que buscaban resaltar lo que ni siquiera debería exhibirse.
Elena, sentada en una silla de madera, observaba el vestido rojo que intentaban ponerle encima. Sus labios se curvaron en una mueca de desprecio.
— No pienso ponerme esa ropa de teibolera — escupió con voz helada, apartando el vestido con un manotazo —. Ya les dije que no soy una prostituta.
La mujer a cargo, u