—Lo vas a pagar, caro, Francisco —dijo Ryan con una mirada que destilaba furia contenida.
La rabia lo quemaba por dentro, pero no podía permitir que se viera débil.
Cada palabra que salía de su boca era una promesa de venganza.
Francisco, por su parte, solo sonrió. Esa sonrisa arrogante que siempre había llevado en el rostro.
Un gesto que encendía aún más la ira de Ryan, pero lo que más le dolía era saber que ese hombre había herido a lo que más amaba en este mundo.
Sin decir nada más, Francisco dio media vuelta y comenzó a alejarse, sus pasos resonando con una frialdad que hacía eco en el alma de Ryan.
Cada paso de Francisco parecía un recordatorio de la impotencia que sentía en ese momento, pero algo dentro de él sabía que esto no quedaría así.
***
Cuando Ryan llegó a casa, la quietud del lugar le dio una sensación de vacío.
La casa estaba demasiado silenciosa, y lo primero que notó al entrar fue la luz tenue que salía de la habitación.
Su esposa, Arly, aún descansaba. La habían dado