—¡¿Qué dices?! Eso es… ¡Imposible! —exclamó Mila, sintiendo un nudo en la garganta.
Arly tomó su teléfono con manos temblorosas y reprodujo la grabación.
En la habitación solo se escuchaba el sonido de la respiración contenida de todos mientras la voz de Francisco resonaba, cada palabra impregnada de veneno y crueldad.
Mila sintió que el mundo se tambaleaba bajo sus pies.
Su corazón latía desbocado, golpeándole el pecho como un martillo.
Las palabras de Francisco eran como puñales en su piel, cada frase, un golpe, cada confesión, una grieta en la imagen que ella tenía de él.
—¿Ahora entiendes por qué escapé, Mila? —susurró Arly, con la voz firme, pero los ojos empañados por las lágrimas.
Mila abrió la boca, pero no pudo pronunciar palabra.
Miró a Aldo, buscando un ancla en la tormenta de su mente.
—Arly, discúlpala —intervino Aldo con suavidad, pero con una determinación inquebrantable—. Por favor, siéntete bienvenida en esta casa. Tienes todo nuestro apoyo. Te protegeremos.
Arly asint