El aire en la sala se volvió espeso, denso, casi insoportable.
Un silencio pesado se coló entre las miradas de todos los presentes.
Randall soltó a Bianca de inmediato, y su rostro se transformó en un torbellino de rabia y confusión. Su corazón latía con furia, su mente desbordada por la incomodidad de la situación.
—¡Lárgate de aquí, Deborah! —rugió, su voz quebrada por la furia—. ¡No eres bienvenida! ¿Qué diablos haces aquí?
La sonrisa de Deborah no era una sonrisa cualquiera. Era la sonrisa del caos, de la venganza y la malicia. Parecía disfrutar del dolor que acababa de sembrar.
—¡No te casarás con Bianca! —gritó ella, mirando a los ojos de Randall con una intensidad que congelaba el aire—. Este es tu hijo, ¿lo recuerdas? Fuimos amantes, y nuestra intimidad tuvo consecuencias. ¡Tienes que darle una familia a tu hijo!
Esas palabras resonaron como un eco profundo en el pecho de Bianca.
La tierra se desplomó bajo sus pies, como si el suelo se hubiera tragado todo lo que alguna vez cre