Al día siguiente, por la noche,
Mia estaba lista para asistir al encuentro. Cada paso que daba sentía el peso de la angustia acumulada en su pecho, pero no había marcha atrás.
Era hora de enfrentarse a la verdad, y todo lo que podía hacer era mantener la calma.
—Hermana, déjame acompañarte.
Mia titubeó. Miró a su hermano, los ojos brillando con una mezcla de preocupación y expectación.
Sabía que Gabriel nunca podía quedarse atrás, que siempre deseaba involucrarse, pero esta vez el riesgo era mucho mayor.
Finalmente, Mia asintió, con una sonrisa forzada.
—Bien, pero esperarás afuera.
Gabriel, por su parte, parecía satisfecho con la idea.
Llevaba consigo a sus fieles guardias, y para mayor seguridad, su primo Ryan también lo acompañaría.
El ambiente estaba cargado de tensiones no dichas, un nerviosismo palpable que se reflejaba en cada uno de sus movimientos.
Al llegar al edificio, Mia les pidió que se quedaran en el vestíbulo, en un intento por mantener la calma y darles algo de espacio