El sol se hundía tras las montañas, tiñendo el cielo de un violeta profundo que se fundía con la luz plateada de la luna llena. Los Juegos Lunares habían terminado con Norte y Fuego Eterno como vencedores compartidos, y el Consejo, en honor a los participantes, había organizado una última cena y baile de despedida en el Gran Salón de Cristal. Era la noche para celebrar, sanar heridas y, para algunos, decir adiós… o empezar algo nuevo.
Las manadas descansaban después de la agotadora carrera. Los guerreros se duchaban, curaban cortes, reían por las anécdotas del día. Lucía, en su cabaña del Norte, se preparaba frente al espejo. El vestido elegido era un sueño: rojo intenso, escote corazón que abrazaba su figura, falda con abertura lateral que dejaba ver sus piernas tonificadas. El cabello suelto en ondas negras, labios carmesí. Kira ronroneaba en su interior, satisfecha.
“Esta noche brillaremos, humana.”
Un golpe en la puerta. Thalia entró con una sonrisa pícara.
—Luna, tu alfa ya está