El crepúsculo envolvía el territorio del Consejo Supremo; el cielo se teñía de un violeta profundo que se mezclaba con el aroma a pino y tierra húmeda.
Lucía estaba sola en su cabaña, con el eco de la Caza de las Banderas aún resonando en su cuerpo: la adrenalina del robo, la niebla en el claro, la voz de Damián clavándose en su mente como una espina.
Una profecía antigua... Norte y Valle, unidas por un vínculo de sangre... Tu padre lo sabe.
Esas palabras la perseguían, un murmullo que no la dejaba descansar.
Se sentó en el borde de la cama y sacó su celular del bolsillo. Sus dedos temblaron al marcar el número de su padre, Karl Lódwood, Alfa del Norte. La señal era débil en el bosque sagrado, pero tras unos tonos, su voz grave respondió, cortando el silencio.
—Lucía —dijo Karl, su tono firme, con el peso de los años liderando—. ¿Qué ocurre? Deberías estar con tu manada, preparándote para la próxima ronda.
Ella respiró hondo, enderezando la espalda.
—Damián, de Valle Rojo, habló de un