El amanecer llegó sin aviso.
Un halo dorado se filtraba entre los pinos, bañando de luz las zonas de entrenamiento del Consejo.
El suelo aún olía a tierra húmeda y sangre seca: restos de la jornada anterior.
Lucía había despertado antes que todos.
La noche no había sido fácil.
Entre sueños entrecortados y el recuerdo de la planta que la había tenido prisionera, había decidido no volver a dormir.
Así que cuando el resto de la manada comenzó a salir de las cabañas, ella ya los esperaba de pie, con el cabello trenzado y la mirada encendida.
—Cinco vueltas al perímetro —ordenó, sin preámbulos.
Dylan soltó un gemido teatral.
—¿Cinco? Apenas estoy vivo, Luna.
—Entonces corre más rápido. Quizás así revives —respondió, lanzándole una mirada severa.
Thalia soltó una risita mientras se ajustaba los guantes.
Los mellizos trotaban ya por el borde del campo, y los demás los siguieron, obedeciendo sin cuestionar.
El aire se llenó de respiraciones agitadas, crujidos de ramas y el sonido firme de las