El sonido de las campanas aún resonaba en los pasillos del Gran Territorio cuando las antorchas comenzaron a apagarse una a una.
El Consejo dio por concluida la primera jornada de los Juegos Lunares.
El aire olía a humo, sudor y sangre seca; una mezcla que siempre acompañaba a las noches de victoria.
Las manadas comenzaban a retirarse hacia sus cabañas. Algunos caminaban erguidos, orgullosos por haber sobrevivido al primer desafío. Otros, cabizbajos, heridos, con la humillación grabada en el rostro.
Solo unas pocas habían logrado completar la prueba.
La Manada de la Luna Creciente, la del Fuego Eterno y la del Norte encabezaban la tabla de puntuaciones, seguidas muy de lejos por una decena más.
Y entre los rezagados, furioso y malherido en su orgullo, se encontraba Damián, el Alfa del Valle Rojo.
Desde las sombras del corredor principal, observaba a Lucía.
Ella conversaba con Dylan y Thalia, riendo suavemente, ajena al peso de tantas miradas.
Su cabello aún estaba húmedo por el rocío