Lucía despertó con un dolor agudo en el cuello.
El aire era denso, cargado de humedad y con un perfume vegetal casi asfixiante. Intentó moverse, pero algo se lo impidió.
Sus brazos estaban pegados al cuerpo, envueltos por una especie de liana gruesa y tibia que pulsaba, como si respirara.
Abrió los ojos de golpe.
Jacob estaba a su lado, igual de inmovilizado, las enredaderas trepándole por el pecho y el cuello.
Solo podían mover la cabeza lo suficiente para verse mutuamente.
—¿Dónde… demonios estamos? —murmuró ella, intentando zafarse.
Jacob giró apenas el rostro. Su voz era grave, ronca, aún somnolienta.
—Parece que caímos en una trampa de la propia prueba. —Tensó los músculos, pero las lianas se contrajeron más, apretándole el pecho—. O en una trampa del Consejo.
Lucía se retorció, sin éxito.
Cada intento hacía que la planta se ajustara más, hundiendo las fibras verdes en su piel.
Kira gruñó en su mente.
—No te muevas, humana. Esta cosa siente el miedo. Y el deseo… también.
Lucía bu