JORDÁN
Sus ojos brillaban en rojo.
No del suave dorado que había llegado a conocer, ni del fuego cálido del poder de su loba — esto era algo más oscuro, más antiguo, como el color de la sangre fresca bajo la luz de la luna.
—Dafne… —susurré, la voz atrapándose en mi garganta.
Ella parpadeó una vez, una chispa de confusión destellando detrás del resplandor rojo. —Jordán… yo—
Pero antes de que pudiera terminar, una súbita oleada de energía la recorrió, lanzándome varios metros hacia atrás. Mi columna chocó contra el tronco de un árbol. El aire se me escapó de los pulmones, y jadeé, llevándome la mano al pecho.
El suelo a su alrededor se agrietó y palpitó como un corazón vivo. El olor a madera quemada y relámpago llenó el aire. Dafne estaba en el centro de todo, temblando, con los dedos apretando su cabeza como si luchara contra algo invisible.
—¡Sal de mi cabeza! —gritó, su voz resonando con dos tonos —el suyo, y otro, más profundo— que me hizo sentir un escalofrío recorrer