DAFNE
Frío.
Eso fue lo primero que sentí — no solo en mi piel, sino dentro de mí.
El tipo de frío que se hunde en los huesos y hace que el latido de tu corazón suene como un trueno en tus oídos.
Cuando abrí los ojos, ya no estaba en el bosque.
El suelo bajo mí era de cristal — liso, negro, y ondulante como el agua. El cielo arriba era un crepúsculo sin fin, ni noche ni día. Cada aliento que tomaba salía en suaves nubes que brillaban con un tenue resplandor azul.
La voz de Atenea resonó débilmente en mi mente.
—Estás entre mundos, Dafne. Entre la vida y la muerte. Entre lo que fuiste... y lo que estás convirtiéndote.
Su tono era sereno, pero había algo extraño en él — más pesado, más oscuro.
—¿Qué... me pasó? —susurré.
—Rompiste el sello. La oscuridad ya no podía retenerte, pero el poder que liberaste... —
Una pausa.
—...te trajo aquí.
—¿Aquí? —me giré lentamente.
Y entonces lo vi.
Un espejo se alzaba en medio del vacío. Sin marco, sin sombra — solo una lámina de pla