JORDÁN
El mundo se ha quedado en silencio.
Demasiado silencio.
Cuando Dafne desapareció, el bosque mismo dejó de respirar. Incluso el viento se congeló a mitad de un susurro, como si el mundo contuviera el aliento… esperando ver qué haría yo después.
Pero yo ya lo sabía. Desgarraría este reino maldito si era necesario.
—El Alfa está perdiendo la cabeza —susurró uno de los guardias detrás de mí, con la voz temblorosa—. Lleva horas llamando su nombre…
El gruñido de Teo lo silenció. —Cierra la boca, a menos que quieras que te la arranquen.
No me giré. Mis ojos permanecieron fijos en el espacio vacío frente a mí —el lugar donde Dafne había desaparecido. No fue solo una caída. Fue un tirón. El suelo la tragó, como si algo la hubiera tomado.
Y ahora podía sentirlo: un leve zumbido en mi pecho, el lazo titilando débilmente. Estaba viva. Herida. Atemorizada. Pero viva.
Apreté los puños, respirando a través de la furia que me devoraba por dentro. —Ella está allá abajo —murmuré.
Teo di