DAFNE
Oscuridad.
Fue lo primero que vi, lo único que pude sentir. Me presionaba la piel como manos frías, envolviéndome, susurrándome cosas que no quería escuchar.
—¿Sola otra vez, pequeña loba?
La voz venía de todas partes. Suave, venenosa, familiar. Eleonora.
Temblé. Mi respiración salió en jadeos cortos. El suelo bajo mis pies se sentía como aire —cambiante, inestable— y me di cuenta de que estaba flotando en la nada. Solo… negro. Un negro interminable.
—¿Dónde estoy? —mi voz tembló, apenas un susurro.
—Dentro de tu propio miedo —ronroneó ella—. ¿No es hermoso? Siempre odiaste la oscuridad, ¿verdad? Te recuerda a las noches en que tu manada te encerraba en el sótano cuando fallabas en tu entrenamiento. Puedo oler tu terror.
Mis rodillas flaquearon, aunque no podía verlas. El recuerdo se encendió ante mis ojos: el sótano húmedo, mis gritos de ayuda que nadie contestó. Me tapé los oídos con las manos, sacudiendo la cabeza violentamente.
—¡Basta! ¡Deja de hablar!
Eleonora rió, suave y