DAFNE
Lo primero que sentí fue el frío.
No estaba solo en mi piel: estaba dentro de mí, arrastrándose por mis venas, susurrando a través de cada grieta de mi alma.
Luego vino la oscuridad.
No la que encuentras cuando cierras los ojos para descansar… esta respiraba. Se movía y se desplazaba como si tuviera su propio pulso. Me envolvía, presionando contra mi pecho hasta que respirar se convirtió en un castigo.
Intenté abrir los ojos, pero todo ya estaba abierto — todo estaba negro.
Mi corazón latía tan fuerte que pensé que iba a estallar. Mis dedos temblaban mientras extendía la mano, esperando tocar algo sólido, algo real. Pero solo sentí aire. Vacío. Frío. Infinito.
—No… —mi voz se quebró, tragada por el vacío—. No otra vez. Por favor… no la oscuridad.
Desde el incidente con mi madre, incluso cuando era niña, odiaba la oscuridad. No era solo miedo — era memoria. Me recordaba haber estado encerrada en aquel sótano cuando era pequeña, castigada por llorar demasiado, por pedir comida, po