JORDÁN
Mis ojos se abrieron de golpe.
El aire frío entró en mis pulmones como fuego, y por un momento pensé que todavía estaba atrapado en aquella oscuridad infinita. Mi corazón latía con fuerza, mis garras medio extendidas, mis venas ardiendo.
Pero entonces lo sentí —su latido. El de Dafne.
Palpitaba dentro de mi pecho, débil pero constante, como si ella estuviera luchando desde algún lugar lejano.
Me incorporé rápidamente, con el sudor corriendo por mi rostro. Mi habitación estaba silenciosa, demasiado silenciosa, salvo por el sonido de mi respiración agitada. La luz de la luna se filtraba por las cortinas, dibujando líneas plateadas sobre el suelo.
El dolor había desaparecido… pero algo más lo había reemplazado. Un tirón.
Ella me estaba llamando.
—¡Teodoro! —grité. Mi voz salió ronca, pero firme.
La puerta se abrió de golpe, y Teodoro entró apresuradamente, inclinando la cabeza. —¡Alfa! ¡Está despierto!
—¿Dónde está ella? —pregunté, intentando levantarme. Mis piernas temblaron un p