DAFNÉ
Cuando abrí los ojos, la habitación estaba en silencio.
Por un momento, no supe dónde estaba. El suave olor de las hierbas llenaba el aire, y una luz tenue provenía de una linterna sobre la mesa. Todo mi cuerpo dolía, y mis muñecas ardían como si todavía estuvieran atadas con cadenas.
Intenté incorporarme, pero un dolor agudo en el pecho me detuvo.
—No te muevas —la voz suave de Madam Dorotea vino desde la esquina. Caminó hacia mi cama, con los ojos llenos de preocupación—. Estás a salvo aquí. Pero debes descansar.
—Jordán —susurré, con la garganta seca—. ¿Dónde está?
Ella apartó la mirada por un segundo antes de responder. —Él… no está bien.
—¿Qué quieres decir? —pregunté débilmente.
Dorotea suspiró. —No ha salido de su habitación desde anoche. Los guardias dijeron que luchó contra algo en el calabozo. Lo oyeron gritar tu nombre. Después de eso, nadie pudo acercarse a él.
Mi corazón se hundió. —¿Hirió a alguien?
Su silencio bastó como respuesta.
Las lágrimas llenaron mis ojos.