DAFNE
La voz era profunda, fría y dolorosamente familiar.
Se arrastraba por mi piel como una sombra de la que nunca podría escapar.
—Draco… —susurré, con el corazón latiendo con fuerza.
Él sonrió a través del rostro de Jordán —esa misma sonrisa que había visto antes, la que no pertenecía a mi compañero.
—Me recuerdas —dijo suavemente—. Bien. Temía que las hierbas de la sanadora me hubieran borrado de tu linda cabecita.
Tragué con dificultad y di un paso atrás.
—Déjalo en paz.
Él ladeó la cabeza, burlándose de mí.
—Ay, los humanos y sus corazones simples. ¿Aún crees que puedes pedirle a la oscuridad que se marche?
—No es tuyo —dije, intentando sonar fuerte aunque mis manos temblaban—. Él está luchando contra ti.
—¿Luchando? —Draco soltó una risita, un sonido que volvió el aire más frío—. ¿Crees que todavía lucha? Me rogó que te protegiera, pequeña criadora. Se ofreció a mí en el mismo instante en que morías en sus brazos.
Me quedé helada.
—Eso es una mentira.
—¿Lo es? —dio un paso lent