JORDÁN
Oscuridad. Eso era todo lo que había.
Se envolvía a mi alrededor como cadenas, espesas y pesadas, ahogando cada fragmento de cordura que me quedaba. No sabía dónde estaba —ni en el bosque, ni en el castillo— solo un vacío negro e interminable donde mi cuerpo ya no me pertenecía.
Cada vez que intentaba moverme, sentía la resistencia de algo más fuerte. Algo antiguo. Algo vivo.
—Deja de resistirte —la voz de Draco resonó en mi cráneo, un gruñido profundo que se deslizó por mis pensamientos como humo—. Solo estás retrasando lo inevitable.
Mis garras arañaron el suelo —o quizá el interior de mi propia mente, ya no lo sabía—.
—Sal de mí.
Él rió —un sonido hueco, eco que heló mi sangre—.
—¿Aún crees que tienes control? Me dejaste entrar en el momento en que mataste por primera vez, Alfa. ¿Recuerdas aquella noche? Cuando masacraste a esos rebeldes del este. No lo hiciste por justicia. Lo hiciste por poder.
Solté un gruñido, y mi lobo —mi verdadero lobo— se agitó bajo la superficie, au