Helena se incorporó lentamente, aún con el calor de las sábanas en la piel.
La habitación estaba en silencio, y el espacio junto a ella en la cama se encontraba vacío.
Por un momento pensó que Nicolás se había ido temprano, quizás para evitar ser visto o por simple discreción, pero al abrir la puerta, se detuvo en seco.
La voz de su madre resonaba desde la cocina, animada. Y entre sus palabras, la risa de Nicolás.
Se acercó con pasos lentos, cuidando no hacer ruido. Desde el pasillo, los vio.
—Nicolás, deberías casarte ya con mi hija. Parecen marido y mujer —comentó la señora—. No esperaba verte aquí esta mañana. Normalmente Helena es la que va a tu departamento.
Sarai lo expresó con una risita pícara que hizo sonrojar a Nicolás. Y Helena sintió cómo se le aceleraba el corazón al escuchar las palabras de su madre.
¿Qué tramaba?
—Por supuesto que quiero casarme con su hija, pero necesito tiempo —respondió, apenado.
Helena se quedó en blanco, con el corazón en la garganta y