El día de la gala de Nicolás llegó en un abrir y cerrar de ojos. La ciudad parecía haberse enterado de golpe, y todos querían estar ahí: diseñadores, influencers, empresarios, y pura gente importante.
Aunque sólo podían asistir con invitación.
Nicolás invitó a tanta gente que el salón de eventos, elegante y modesto, empezó a parecer una caja de zapatos con luces.
Los mesoneros apenas podían moverse entre los grupos, las copas tintineaban sin descanso, y el aire acondicionado luchaba por mantenerse digno.
Nicolás, impecable en su traje negro con detalles en satén, sonreía como si todo estuviera bajo control.
—¡Allá está Karen! —señaló Helena, la encontró con la mirada—. Iré a saludarla, ¿está bien?
—Por supuesto. Yo haré lo mismo con mis socios, así que nos vemos dentro de media hora en la tarima para iniciar el desfile —Miró el reloj en su muñeca—. Como eres mi novia, debes estar en todo momento junto a mí.
Ella sonrió con ternura.
—Te veo al rato, entonces. Disfrutaré mucho