Helena se estaba besando con Nicolás en su habitación, a pesar de que el aire acondicionado estaba encendido, ambos sentían el calor de sus cuerpos.
El silencio de la casa jugaba a su favor.
Sarai había salido con Miriam a una noche de ópera, y no volvería hasta tarde.
Ese margen de tiempo se sentía como un permiso tácito.
Helena lo miró con una mezcla de deseo y ternura, y le hizo una seña para que se quedara.
—¿Por qué no te quedas esta noche conmigo? —preguntó, con timidez.
Nicolás entendió.
Se quitó los zapatos, dejó el celular en modo avión, y se dejó caer junto a ella en la cama.
—Ya me instalé.
Helena rio, divertida.
—¿No quieres que hagamos algo más? —inquirió, mordiéndose el labio.
Él se incorporó un poco y pasó suavemente la mano por la tira del brasier. De un jalón lo rompió, dejando a Helena con la boca abierta.
—¿N-Nicolás? ¿Qué haces? —balbuceó—. Me rompiste el brasier.
—Puedo comprarte otro… —susurró, acercándose a su pezón.
Pasó su lengua con delicad