Helena estaba sentada en la sala de su hogar, con las piernas cruzadas sobre el sofá y el control de la televisión en su mano. Cambiaba de canal sin encontrar algo bueno que ver.
—Hija, ¿cuándo pretendes casarte con Nicolás? —preguntó su madre desde la cocina, lavaba los platos sucios—. Pienso que fueron hechos el uno para el otro. Deberían pensar en ir más allá.
La castaña se quedó quieta y el control se le cayó de las manos. Hizo un sonido brusco al chocar contra el suelo.
Helena se había sonrojado sin querer, el pensamiento la sorprendió a mitad de una conversación cualquiera. El matrimonio con Nicolás no era una idea que hubiera planeado, ni siquiera una fantasía recurrente. Pero ahí estaba, instalada en su mente como una posibilidad futura que la desarmaba.
—¿M-matrimonio? —balbuceó.
No tenía miedo de usar un vestido de novia, ni tener una ceremonia. Era por él. Por la forma en que la miraba cuando nadie más lo hacía, y cómo la defendía sin decirlo.
—Sí. Estaré muy feliz si