—Es que no te entiendo, Gabriel. ¿Cuál era la necesidad de pedirle perdón a esa zorra? —se quejó Diana.
Su prometido se había disculpado con Helena. Eso no le cabía en la cabeza.
Diana se quedó quieta, con la copa de vino suspendida en su mano, como si el mundo hubiera dado un giro que nadie le avisó. Gabriel, el hombre que siempre había defendido su versión, que la había respaldado incluso en sus decisiones más cuestionables… ¿ahora se arrepentía? ¿Con Helena?
El miedo se coló entre sus pensamientos. No era solo celos. Era la posibilidad de perderlo por un descuido, por una grieta que no supo ver. O peor aún: que Gabriel terminara odiándola por culpa de Helena, por todo lo que había hecho.
—Si de verdad valoras nuestro amor y compromiso, no deberías ni acercarte a tu ex novia —añadió ella, frunciendo el ceño.
Diana apretó los labios. No podía permitirse flaquear. No ahora. Pero algo en su interior empezaba a tambalearse. Porque cuando el arrepentimiento llega a alguien como Gabr