Paul regresó a la empresa y vio que había un hombre en la recepción gritándole a Karen. Se escondió detrás de un pilar para escuchar la conversación sin ser detectado. Creyó que tal vez era su novio.
—¡Hay que ver que eres una inútil! Ni para responderme sirves —exclamó Orlando, con la mano en el mesón.
Karen salió de la recepción entre lágrimas, con la garganta apretada y el corazón hecho un nudo. Necesitaba aire, espacio, claridad. Pero sobre todo, necesitaba hablar con Orlando sin el ruido del televisor.
Estaba pensando en dejarlo. No era una decisión impulsiva, ni producto de una pelea puntual. Era el resultado de muchas heridas pequeñas, acumuladas, que ya no sabía cómo justificar. Por eso le dolía tanto. Porque aún lo amaba. Porque aún quería que él le diera una razón para quedarse.
Pero Orlando seguía gritando. No la escuchaba. No veía sus lágrimas, ni el temblor en sus manos, ni el esfuerzo que estaba haciendo por no romperse del todo.
—Deja de tratarme así, por favor —s