Los nervios estaban a flor de piel en el hospital. El tiempo parecía haberse detenido, y cada minuto que pasaba sin noticias de Helena se volvía una tortura silenciosa. Dos horas. Dos horas de incertidumbre, de miradas perdidas y pasos inquietos por los pasillos.
Sarai se aferraba a las manos de Miriam como si fueran anclas. Maikol no dejaba de mirar el reloj, como si pudiera acelerar el tiempo con la fuerza de su preocupación. Nicolás, en cambio, se mantenía de pie, rígido, con la mandíbula apretada y los ojos fijos en la puerta de cirugía, esperando que se abriera de una vez.
El aire estaba tenso. Lleno de miedo, de culpa, y esperanza. Porque cuando alguien que amas está entre la vida y la muerte, el silencio se vuelve el grito más fuerte.
—Paul, será mejor que regreses a la empresa y canceles todas las reuniones que tengo por la tarde —sugirió Nicolás, rompiendo el pesado silencio—. Y cancela las demás.
—¿Cancelo tus reuniones de los próximos días?
—Sí. No sabemos cuánto tardará