Nicolás la invitó a sentarse sobre el mantel.
Helena miró la comida con curiosidad. Sobre el mantel había un par de sándwiches de jamón y queso, empanadas aún tibias que desprendían un aroma tentador, y una botella de vino que destacaba como bebida principal.
La combinación era sencilla, pero tenía algo acogedor, casi íntimo. No era un banquete, pero sí una invitación a compartir. Y en ese gesto, Helena percibió más que sabores: una intención, una pausa en medio del caos, un momento que prometía conversación y cercanía entre ellos.
—No soy fan del alcohol, pero esta noche me dejaré llevar. Quiero disfrutar al máximo esta cita —insinuó Helena, con una sonrisa.
Se sentó con las piernas cruzadas mientras Nicolás le servía un poco de vino en la copa con una paciencia acogedora.
Ella mordió un pedazo de sándwich, era el mejor que había probado en su vida. Se saboreó la boca con la lengua, y disfrutó del queso derretido en su garganta.
—¿Lo preparaste tú? —le preguntó una vez que tra