Helena llegó a la casa de Maikol y tocó la puerta. Llevaba un pie de limón que preparó su madre para compartir con todos.
Le abrieron.
—¡Helena! Me alegra un montón que hayas venido —Maikol la abrazó con cuidado—. Entra, por favor. Puedes dejar el pie por allá en la cocina —señaló—. Mamá y yo estamos terminando de preparar el almuerzo y ya Karen y Paul llegaron.
—Vaya, y eso que llegué dos minutos antes de la hora acordada —expresó, sorprendida.
—El primero en llegar fue Paul. Está loco. Faltaban veinte minutos y él ya estaba aquí —comentó, sonando exagerado.
—Ya me lo imaginaba —rio.
—Sólo falta Nicolás. Pensé que vendría contigo, pero no lo veo —Maikol buscó por encima del hombro de Helena y no vio a su jefe.
—Ah, ya viene en camino. Le surgió una reunión de última hora y tuvo que asistir —explicó, serena—. Puede que llegue unos minutos tarde.
Maikol la miró con picardía y la agarró del brazo cuando dejó el pie de limón en el mesón.
—Sé que ya me lo dijiste antes, ¿pero de v