Días después, Helena se encontraba sentada en su oficina con Maikol. Dibujaba unos bocetos sin sentido para practicar. Ninguno tenía propósito, sólo ajustaba su pulso e inventaba vestidos raros.
Maikol no paraba de hablar de sus ligues, a ella no le importaba. Lo consideraba una buena compañía en sus tardes aburridas.
—Ya tengo varios, no me decido por uno. Es que como tal, tampoco planeo tener una relación seria con alguno de ellos —explicó, caminando de un lado a otro—. ¿Tú qué opinas de esto?
Helena suspiró.
—En primer lugar, ¿desde cuándo te volviste un perro? —rio.
—¡Helena! ¿Y ese vocabulario, niña? —se quejó, ofendido—. No soy un perro. Estoy disfrutando de mi juventud. Bueno, hace poco que ando en esto de tener varias citas…
—¿Y qué hay de tu príncipe azul? Hace unos días me estabas hablando de que soñabas con encontrar el amor verdadero —le recordó su amiga, alzando una ceja.
Maikol arrugó la frente.
—Todavía quiero encontrar a mi príncipe azul, pero me cuesta. Ser ga