Unas semanas después…
Helena tenía cuatro meses de embarazo. A su lado, el guardaespaldas asignado por Nicolás mantenía el ritmo, atento a cada movimiento que pudiera perjudicarla. Era el precio de la fama.
El sol caía con fuerza sobre la acera. Helena sostenía el teléfono con una mano, y los labios curvados en una sonrisa suave. La otra mano descansaba sobre su vientre.
El supermercado estaba a unos metros de distancia.
—No, amor, ya sabes que no me gusta el color rojo —habló, riendo.
—¿Y qué opinas del azul? —sugirió Nicolás, del otro lado de la línea.
—Ese está mucho mejor —respondió.
—Perfecto. Mandaré a colocar papel tapiz azul en nuestra habitación y en la sala, ¿te parece? —comentó—. Ya encargué varios muebles también, mesas, la nevera, la cocina, entre otros.
Nicolás estaba a punto de comprar la nueva casa donde vivirían juntos. Habían recorrido decenas, tal vez cientos. Unas eran demasiado grandes, otras demasiado frías.
Se tardaron más de lo previsto, porque ningun