Gabriel le lanzó los papeles del divorcio a Diana con una mezcla de rabia y resignación. El sonido seco del sobre al caer sobre la mesa interrumpió el silencio del comedor.
Diana estaba sentada con la espalda recta, mientras sostenía una cuchara a medio camino entre el plato y la boca. La sopa humeaba aún.
Sus ojos bajaron lentamente hacia los papeles.
—¿Qué es eso? —preguntó, dejando la cuchara a un lado.
—Firma ahora, Diana. No hace falta que te hagas la loca para evadir algo que es inevitable a estas alturas —ordenó, cruzado de brazos.
—No voy a firmar hasta saber qué es —le clavó la mirada, filosa.
Gabriel suspiró.
—Hoy culmina tu estadía en esta casa. Necesito que firmes el divorcio ya mismo, porque no soporto tener que ver tu cara todos los días —soltó, sin remordimientos.
Diana ignoró su orden. Desde el principio, sabía que se trataba del divorcio. No necesitaba leer los papeles.
—Ayer te vi llorando en tu habitación —comentó, cambiando el tema—. Pude escuchar que ve