Maikol respiró hondo antes de dar el primer paso hacia la mesa. Kaito ya lo esperaba en el restaurante, con las manos entrelazadas sobre el mantel y la mirada fija en un punto invisible, como si también estuviera repasando lo que iba a decir.
Maikol se acercó, sintiendo cómo el corazón le latía en la garganta. Tenía miedo de que después de esa conversación, nada volviera a ser igual.
—Hola, Kaito… —dijo, en voz baja.
Kaito levantó la vista.
—¿No le vas a dar un beso a tu hombre? —cuestionó.
Se levantó de la silla para darle un corto beso a Maikol, y él quedó aturdido ante esa acción. Aún así, no pudo dejar de pensar en lo peor. La tensión se le notaba en el rostro.
—¿Qué pasa? —preguntó Kaito, frunciendo el ceño—. ¿Por qué esa cara?
Maikol se hizo el loco y tomó asiento, ignorando su pregunta. Empezó a reír con nervios, como si todo en su mente estuviera bien.
—¿Ya sabes qué vas a comer? Estoy ansioso por pedir la famosa pasta tríptica que ofrecen aquí —comentó, cambiando de