—¿Cómo terminé aquí? —bufó Helena.
Llevaba a Nicolás con dificultad sobre su hombro. El hombre no podía caminar sin tambalearse de un lado a otro.
Por suerte, pudo conducir con normalidad, pero al tocar el primer piso, se desplomó frente a la recepción del arrendador. Helena tuvo que levantarlo.
—¿D-dónde estamos? —balbuceó Nicolás, la cabeza le daba vueltas.
—Tienes suerte de ser mi jefe. No estaría haciendo esto por cualquiera, eh —comentó la mujer, entre dientes—. ¿Tienes las llaves?
—Bolsillo… —susurró.
Helena metió la mano en los bolsillos de Nicolás y sacó las llaves. Abrió la puerta y casi se le cayó Nicolás. Ella terminó con la espalda pegada a la pared, abrazando el torso de su jefe.
—¡Ayúdame! No tengo suficiente fuerza para llevarte a tu cuarto —se quejó.
Su nariz rozaba la espalda de Nicolás, tan cerca que el perfume masculino que él usaba parecía envolverla por completo.
Era intenso, elegante… y peligrosamente embriagador.
Helena no podía estar más nerviosa. Sen