Nicolás empezó a aplaudir varias veces y se levantó. Helena volteó hacia todos lados porque se volvieron el centro de atención.
—¿Qué haces? —susurró—. ¿Es que estás loco? Nadie puede saber mi identidad.
—Cálmate. Eres mi novia, actúa como tal —Le guiñó un ojo—. ¡Quiero hacer un brindis porque esta mujer me acaba de dar el sí! ¡Somos novios!
El publicó murmuraba cosas que Helena no lograba escuchar. Se le subió el calor a las mejillas y trató de ocultar su rostro. Mucha gente todavía la conocía por lo de Gabriel.
—¡Pueden servirse todos una copa de vino! Yo pago —le hizo señas al barista.
La gente aplaudió y silbó.
—No conocía este lado de ti… —murmuró Helena al ver que por fin se sentó.
—Lo siento. Suelo embriagarme rápido —confesó.
—¡Pero si sólo llevas una copa! —se quejó, horrorizada.
—Exacto. Una copa es suficiente para ponerme así —Se mordió el labio.
—¿Y quién va a conducir? —preguntó Helena, aterrada por el rumbo que tomaría su noche.
—Tranquila. No estoy tan ebrio.