A pesar de las mentiras, la traición, y el escándalo, Gabriel la sostuvo por el hijo que llevaba en el vientre. Porque en medio de la sangre, el miedo y el caos, había una vida que no tenía culpa de nada.
Él no iba a dejar que ese bebé muriera.
No mientras aún pudiera hacer algo.
La abrazó con fuerza, sintiendo cómo el cuerpo de Diana temblaba entre sus brazos, frágil y vulnerable.
—¡Que alguien venga aquí rápido! —gritó con todas sus fuerzas.
—Me duele…
—Aguanta —murmuró, más para sí mismo que para ella—. No te atrevas a rendirte ahora.
Dos sirvientas escucharon el llamado y corrieron en su ayuda al ver que Diana estaba sangrando, como si perdiera al bebé. Ambas la agarraron con cuidado de no lastimarla.
—Cálmese, señora. La ayudaremos a salir de aquí —dijo una, pero Diana la fulminó con la mirada.
—¡¿Cómo quieres que me calme?! ¡Me duele mucho! —se quejó, arrugado la expresión.
Ella sentía fuertes contracciones, una tras otra, como olas violentas que arrasaban con todo