Diana estaba en su habitación, esa que Gabriel le había asignado para que durmiera lejos de él, como quien aparta algo que ya no quiere cerca.
Ella tenía los ojos abiertos, clavados en la pantalla del teléfono, viendo cómo sus fotos y videos íntimos se multiplicaban por todo Internet como una plaga imposible de detener.
Respiraba con dificultad, como si cada imagen le arrancara un pedazo de dignidad. Se sentía expuesta y destruida de todas las formas posibles.
—No… —susurró, tragando saliva.
Diana encendió el televisor que colgaba de la pared, asustada por todo lo que se decía en redes sociales. Quería comprobar qué tan lejos había llegado la noticia.
Un canal popular estaba activo, y su imagen censurada adornaba la esquina superior derecha de la pantalla. El corazón se le volvió loco, como si fuera a estallar en cualquier momento.
—Es increíble cómo Diana, a quien alguna vez admiramos, haya sido no sólo una mentirosa, sino también una cualquiera —comentó la presentadora—. No q